
El martes por la tarde, sentado a la derecha (malditas coincidencias) del gobernador Alejandro Armenta Mier, Gilberto Marín Quintero; a la izquierda, Héctor Sánchez Morales, presidente del Consejo Coordinador Empresarial en Puebla.
Esa fue la imagen poblana de la semana: la nueva alianza de Armenta con la dirigencia empresarial, en una fotografía que encabezó diarios y portales locales.
Hace unos cuantos años —no muchos— la cúpula empresarial estaba muy distanciada del entonces gobernador Miguel Barbosa Huerta. Al mandatario le dio por declararle la guerra a los empresarios —los llamó “señoritos de la derecha”, “señoritingos” y otras lindezas—, y la cereza en el pastel fue la persecución contra el rector de la UDLAP, Luis Ernesto Derbez Bautista: la toma de las instalaciones por parte de la policía estatal y la intención de imponer a otro rector, aprovechando los enfrentamientos internos de la familia Jenkins.
El punto más álgido de la confrontación fue un encuentro entre el gobernador y la cúpula en el rancho de Jorge Espina Reyes —otrora presidente del CCE—, donde los representantes del sector productivo en Puebla abuchearon a Barbosa por el conflicto en la UDLAP.
No fue la primera vez que la cúpula se confrontó con un mandatario. Las crónicas de la época relatan cuando Jorge Espina Reyes rompió relaciones con Manuel Bartlett Díaz en 1995. El entonces gobernador le tenía aprecio al empresario al inicio del sexenio, pero la cúpula empresarial —entonces aliada al PAN y dirigida a control remoto por El Yunque— decidió romper lanzas y declararle la guerra al PRI. Obligarían a Espina y a los líderes de las cámaras a manifestarse contra Bartlett.
Se declaró así la guerra entre el gobierno estatal y la derecha poblana, una confrontación que duró hasta la llegada de Melquiades Morales Flores, quien firmó un acuerdo de paz con el sector productivo poblano. Llegó Mario Marín Torres y, al inicio, la relación no fue muy buena, pero el escándalo de la llamada telefónica con Kamel Nacif permitió a los empresarios sacar ventaja. Terminaron aliados y caminaron juntos durante ese sexenio.
Marín, en el ánimo de tranquilizar las aguas, les entregó los recursos recabados por el Impuesto sobre la Nómina, lo que permitió un acuerdo entre ambas partes.
Con Rafael Moreno Valle no quisieron entrar en confrontación. Les donó un terreno para la edificación de una nueva sede empresarial (la cual, al parecer, hoy vive el sueño de los justos).
Sergio Salomón Céspedes, en su breve mandato, limó asperezas generadas con Barbosa. Sin embargo, los empresarios de las cúpulas no fueron necesariamente beneficiados con obras o servicios, pues el favorito de ese pequeño gobierno fue “Paco” Juárez.
Lo ocurrido el martes pasado representa un giro de 180 grados en la relación con los hombres de negocios. Se conjuntó la habilidad política de Alejandro Armenta con la lenta caída de El Yunque en Puebla.
De entrada, los empresarios ya no se identifican como antes con esos grupos de ultraderecha. La Coparmex —el área más radical de la derecha poblana— ya no tiene representatividad ahí. Su actual dirigente, Beatriz Camacho Ruiz, no carga con cruces ni símbolos iniciáticos.
Son nuevos tiempos, nuevos intereses, y la imagen de Armenta en la reunión con el sector empresarial abre oportunidades y manda señales positivas.
Como dijimos líneas arriba, el poder es un símbolo.